En medio de un panorama sombrío, Colombia enfrenta desafíos que reflejan una triste realidad: el costo de los errores políticos y sociales lo pagan los ciudadanos más vulnerables. Campesinos, trabajadores y comunidades olvidadas son quienes soportan las consecuencias de decisiones que, bajo promesas de cambio y esperanza, se han transformado en cadenas de populismo y desilusión.
Es vergonzoso lo que ocurre en el país. Mientras los políticos continúan peleando por cuotas de poder, la violencia resurge con fuerza, recordándonos los capítulos más oscuros de nuestra historia. Secuestros, masacres y desplazamientos vuelven a teñir de sangre los campos y ciudades. La promesa de “vivir sabroso” parece haberse limitado a unos pocos, mientras el resto de los colombianos enfrenta un día a día cargado de incertidumbre y desamparo.
El acto de gobernar no puede limitarse a discursos rimbombantes ni a promesas vacías. Requiere acciones concretas, voluntad de servicio y una mirada enfocada en el bienestar colectivo. Sin embargo, la realidad actual muestra cómo muchos líderes llegan al poder con agendas personales, buscando beneficios para sí mismos y sus círculos cercanos.
El electorado colombiano debe aprender de los errores del pasado. Es importante reflexionar sobre quiénes son los que realmente están preparados para liderar el país hacia la prosperidad, y quiénes solo fomentan la división para aferrarse al poder. Gobernar debe ser sinónimo de unidad, progreso y justicia, no de odios y resentimientos.
Uno de los aspectos más lamentables de nuestra situación es cómo se instrumentalizan las tragedias. Las diferencias entre “Izquierda Guerrillera” y “Derecha Paraca” son discursos destructivos que perpetúan una división dañina. Este antagonismo solo beneficia a quienes, con astucia, usan la polarización como herramienta política para mantenerse en sus posiciones de privilegio.
Es tiempo de superar esta narrativa. Colombia no puede seguir atrapada en un ciclo de odio que nos impide avanzar. Este país es más que etiquetas ideológicas, más que los grupos al margen de la ley. Es una nación rica en diversidad, cultura y potencial, que merece mirar hacia adelante con esperanza y determinación.
Los ciudadanos de bien, que día a día construyen el país desde sus hogares, trabajos y comunidades, no pueden quedarse atrapados en un sistema que los utiliza y los divide. Es el momento de elegir con conciencia, de discernir más allá de las campañas y las promesas, y de rechazar a quienes buscan perpetuar la desigualdad y el descontento.
Colombia necesita líderes que entiendan que la política no es un juego de intereses personales, sino una herramienta para transformar vidas. Líderes que trabajen por la paz, que prioricen el bienestar común sobre los privilegios individuales y que fomenten la unión por encima de la división.
A pesar de todo, Colombia tiene un inmenso potencial. Su gente es resiliente, trabajadora y llena de sueños. Este país puede y debe aspirar a más: a la paz, a la tranquilidad y a la prosperidad. Pero ese camino solo será posible si como sociedad aprendemos a priorizar el bienestar colectivo, dejando atrás los discursos de odio y las agendas personales.
Es hora de un cambio de mentalidad. Colombia no puede seguir siendo un terreno fértil para el populismo ni para la violencia. Merecemos una nación donde las diferencias no sean motivo de conflicto, sino oportunidades para el diálogo y el crecimiento.
Colombia merece vivir en paz. Colombia merece unión. Colombia merece prosperidad. Es tiempo de elegir el bienestar de todos sobre los intereses de unos pocos.
Por: Arturo Alfaro Cujia – Director Entérate Valledupar
