Siempre me están llegando denuncias de todo tipo. Al detenerme a leerlas o escuchar los audios que me envían, muchas generan indignación. Otras, como ya uno ha atendido casos similares, lamentablemente ya se sabe cómo terminan. El siguiente caso me llegó bien temprano. Lo escuché detenidamente y me remontó a cuando, por las circunstancias económicas, agarré una moto para rebuscarme. Jamás he sentido vergüenza por eso, y nadie debería sentirla. La informalidad en esta ciudad es pan de cada día y las oportunidades son escasas. Gracias a Dios, que a cada quien le da su sustento, porque el sol sale para todos. Pero esta labor es ardua, difícil y peligrosa, tanto por la inseguridad como por otras razones.
Y hay algo que, de verdad, molesta. Muchos no se atreven a decirlo por miedo, porque en este país, denunciar puede convertirte en objetivo de amenazas. Pero aquí se los cuento, y sé que más de uno se va a identificar.
Un ciudadano, al que escuché con atención, me contó cómo, luego de una jornada intensa en su motocicleta y tras rebuscarse en la noche durante el Festival, se dirigía en la mañana a su casa. Estaba cansado pero contento, llevaba su platica sudada, ganada honradamente. Pero terminó frustrado, impotente y decepcionado. ¿Por qué? Porque un policía de seguridad le echó mano al dinero. Y no fue cualquier cosa. Acá va la historia.
Cuando iba rumbo a su casa, lo detuvieron cuatro policías en dos motos. Él hizo el pare, y de inmediato comenzó el diálogo:
—”Orille la moto” —ordenó uno.
—El ciudadano obedeció.
—”Cédula” —pidió el uniformado.
Él la entregó. Luego le solicitaron el celular para revisar el IMEI. Todo en orden: sin antecedentes y el celular legal.
Hasta ahí todo bien.
Pero entonces vino la requisa. Al revisar su bolsillo trasero, el policía vio unos billetes y comentó:
—”¡Ajo! Andas largo”.
El ciudadano respondió:
—”No puede hacer eso”, y trató de recuperar su dinero.
El policía le quitó la plata de las manos. Al seguir revisando, encontró en otro bolsillo unos $60.000 más. Se quedó con ellos en la mano y, en tono burlón, soltó:
—”¡Ajo! Tienes platica… pero estás caído con la licencia”.
¿Y desde cuándo un policía de seguridad ejerce funciones de tránsito? Pues claro, el objetivo era el billete. El ciudadano, entre intimidado e indignado, explicó:
—”Solo me falta eso, tengo todo lo demás. Vengo de trabajar, me estoy rebuscando y voy para mi casa. Es el sustento de mi familia”.
El policía le respondió con descaro:
—”Esto que tengo en la mano puede solucionar”.
Y así fue como, con rabia y dolor, vio cómo se le iba una noche entera de trabajo. Lo peor es que, mientras se alejaba, escuchó al policía rematar con esta joya:
—”Vamos, que esto sirve para comprar una llantica”.
Por su mente, según me contó, pasaron muchas cosas. Y entre la indignación solo pensaba: “Por eso es que pasa lo que pasa con ellos en este país”.
Dos cosas quedan claras: una, como ciudadanos debemos tener nuestros documentos al día (aunque ni eso garantiza que no te pase algo así). Y dos, al comandante de la Policía le toca poner el pecho y enviar un mensaje claro: sus policías tienen un salario, no tienen por qué andar haciendo dinero extra aprovechándose del uniforme y golpeando el bolsillo de quienes, con tanto esfuerzo, se ganan la vida en Valledupar.
Ojalá esa llanta que se compraron con el sudor ajeno les recuerde la conciencia cada vez que trillen las calles de esta ciudad.