José “Pepe” Mujica, expresidente de Uruguay y figura icónica de la izquierda latinoamericana, falleció este martes a los 89 años a causa de un cáncer de esófago que se encontraba en fase terminal. Su muerte marca el fin de una vida dedicada a la política, la justicia social y una filosofía de vida que lo convirtió en un referente global.
Mujica, exguerrillero tupamaro, gobernó Uruguay entre 2010 y 2015. Su presidencia se caracterizó por una sencillez inusual para un jefe de Estado. Rechazó la mansión presidencial, viviendo con su esposa, Lucía Topolansky, en su modesta casa en las afueras de Montevideo. Su estilo de vida austero, su rechazo al consumismo y su donación de gran parte de su salario le valieron el apodo, que él rechazaba, de “el presidente más pobre del mundo”.
Más allá de su imagen pública, Mujica dejó un legado político significativo. Impulsó reformas sociales progresistas, incluyendo la legalización del mercado de la marihuana, convirtiendo a Uruguay en pionero en la regulación de esta sustancia. Sus políticas, aunque controversiales en algunos sectores de su país, le granjearon una popularidad internacional sin precedentes para un mandatario uruguayo.
Su trayectoria política comenzó en el Partido Nacional, para luego unirse al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), una guerrilla urbana de izquierda. Pasó más de 14 años preso, sufriendo torturas por su militancia. Tras su liberación en 1985, continuó su lucha política, llegando a la presidencia con un mensaje de austeridad y justicia social que resonó en América Latina y más allá.
A pesar de su popularidad, Mujica siempre mantuvo una visión crítica del sistema político. En una entrevista con BBC Mundo en 2012, a mitad de su mandato, declaró su intención de “salir de la política con las patas para adelante”, reflejando su compromiso con los ideales que lo guiaron a lo largo de su vida. Su muerte deja un vacío en la política uruguaya y un legado que seguirá generando debate y admiración en todo el mundo.