Tal vez, la adolescencia sea la etapa más difícil para los padres, y más aún cuando una madre o un padre se encuentran solos y asumen ambos roles a la vez, es decir, madre o padre soltero. La adolescencia es una etapa de energía, sueños, pasiones y anhelos, donde todo se quiere hacer y alcanzar sin medir distancias ni peligros. Si estas emociones no van de la mano de una buena orientación y guía, difícilmente se podrá tener influencia en esa etapa, que según la Organización Mundial de la Salud va desde los 13 hasta los 19 años.
Lo ocurrido ayer deja entrever que son muchos los padres que sufren por la crianza de sus hijos. Como decía al principio, si los padres no son capaces de sujetar a sus hijos —no con agresiones ni malos tratos, sino con carácter y decisión— seguiremos teniendo tragedias como la ocurrida el día anterior, donde las escenas de una madre viendo a su hijo en plena vía pública resultaron desgarradoras y terribles. Dicen los viejos: madre es madre y estará contigo en las buenas y en las malas. Otros afirman que, para una madre, nunca existirá hijo malo. Es un amor único e incomparable, pero que se quiebra cuando no se tiene la autoridad y el carácter para imponer orden a los hijos.
Ayer, al llegar al sitio del accidente en la glorieta La Pilonera Mayor, observé, alrededor del cuerpo del joven que cayó de un tractocamión, a unos 10 jovencitos, que por lo mínimo tendrían entre 12 y 15 años, sentados y agobiados por el momento, pues su compañero de “aventuras de riesgo” había terminado sin vida. Así como muchos antes que él, también han muerto en esas maniobras conocidas como “azote”, que consiste en atravesársele a un vehículo pesado para que disminuya la velocidad y luego subirse en la parte trasera. Algunos atan una cuerda al camión, amarran su bicicleta y siguen sin saber qué ocurrirá. Otros lo llaman “polizones”. En fin, sea cual sea el nombre, la vida está en riesgo.
Cuando solo llevaba unos cuatro minutos en la escena, se aproximó una madre en compañía de una jovencita que no superaba los 15 años, en una mototaxi. De inmediato la miré y noté que era la madre. Su rostro desencajado, su mirada llena de una profunda tristeza, dejaban ver que ya le habían llevado la noticia: ese ser que había engendrado durante nueve meses, a su corta edad de 15 años, había perdido la vida. Tal vez por su terquedad, por la desobediencia o por no haber sido corregido a tiempo.
Cuando se ama a un hijo, se le corrige, se lucha por él. Claro está, no estoy juzgando a esta madre, que en medio de su dolor clamó: “Dios, ¿por qué me lo quitaste así? Tanto que te pedía por él, y ocurrió lo inesperado”. Luego, culpó a la jovencita que le llevó la noticia: “Tú tienes la culpa”. La joven le respondió: “Yo le dije que no se subiera, no me hizo caso”.
No es sencillo. Sé que muchos juzgarán a la madre, la cuestionarán, y en parte tendrán razón. Pero conozco casos donde el problema es muy delicado: los padres no tienen salida, no saben cómo manejar la situación. Cada palabra llena de dolor que clamaba esa madre dejaba entrever que había hecho hasta lo imposible por sacar a su hijo de esa vida. Levantó la mirada al cielo y dijo: “Dios mío, yo te pedía… Le dije a él que no se fuera para donde lo envié”. Esas palabras me hicieron pensar que estaba luchando por alejarlo del peligro.
En el rostro de la mujer se notaba una profunda tristeza. Se veía que era una dama trabajadora. Lo sentí así. Con desaliento, la vi allí, en plena vía, al lado del cuerpo de su hijo. Miraba con entrañable tristeza a los jovencitos que estaban sentados en silencio, contemplando el cuerpo de quien fue su compañero. Pero su mirada no era de odio, sino más bien decía: “Miren lo que le pasó a mi hijo. Ustedes están a tiempo de alejarse”.
Que Dios le brinde mucha fortaleza a esa mujer. El momento que le tocó vivir no es sencillo. No somos quién para juzgar. Pero la reflexión es clara, aunque difícil de aplicar: amar a un hijo no es darle todos los gustos ni permitirle que haga lo que quiera. Al hijo se le disciplina, se le educa, se le corrige y se le enseña el buen camino.
Son muchos los factores que afectan la relación entre padres e hijos. Por eso, es necesario que los padres hagan un alto en el camino. La mayoría de estos padres provienen de familias vulnerables que apenas logran llevar el sustento diario y comparten poco tiempo con sus hijos.
Desde aquí hago un llamado a la alcaldía para que implemente programas dirigidos a estos jóvenes. Tenemos una Política de Juventud que solo está en el papel. Me pregunto: ¿Dónde están los consejeros de juventud del municipio? ¿O acaso solo son conejillos de los partidos políticos para firmar y avalar que todo está bien con la juventud en esta ciudad? ¿Dónde está Gestión Social?
Es hora de comenzar a estudiar este fenómeno que sigue cobrando vidas en Valledupar. Ya es tiempo de que desde Gestión Social se realice un estudio serio para entender este comportamiento. Nunca es tarde. Ojalá escuchen y entiendan que es un problema que debe ser intervenido para mitigar que nuestros jóvenes sigan cayendo en esta peligrosa práctica.
Por. Arturo Alfaro Cujia