POR: ELBA BONET
“Caí bajo, pero me recupero”. Esa frase que repetimos cada día y cada semana, mientras seguimos comiendo lo que sabemos que nos hace daño, hablando con el ex al que juramos bloquear para siempre (hasta que nos da nostalgia), o prometiendo cada domingo que “el próximo fin de semana no bebo”.
Spoiler: lo bebiste, y también lo llamaste.
Caer bajo no es el problema. El verdadero problema es acomodarse en ese feo lugar. Es seguir cayendo más profundo, cada vez con menos dignidad y más excusas.
Últimamente he estado en una guerra mental: ¿esto está bien?, ¿esto me hace bien?, ¿por qué digo que sí cuando debería decir ¡NO!, con mayúsculas y signos de exclamación? Porque a veces, no es falta de oportunidades, sino falta de pantalones.
¿Y cuántas veces hay que estrellarse para entender que ese NO no es tu lugar, ni tu historia, ni tu final? Yo he tocado fondo. Varias veces. Y aunque he querido quedarme allá abajo, con mis miedos y mis culpas, algo dentro de mí —Dios, mi intuición o mi dignidad en huelga— me ha obligado a levantarme.
Porque sí: a veces creemos que no podemos más. Que esa ruptura nos partió el alma, que esa pérdida laboral nos quitó el valor, que esa depresión nos destruyó. Y sí, duele. Pero también se pasa.
Un consejo: rodéate de personas sabias (esas que no te aplauden la estupidez, sino que te jalan las orejas), cree en algo más grande que tú y deja de romantizar el sufrimiento. Dios no nos da pruebas para vernos llorar; nos las da para hacernos más fuertes… y para ver si al fin aprendemos.
Cada caída es una lección. Tú no eres de las que se rinden. Eres de las que se sacuden, se pintan la boca y vuelven a empezar.
Caíste bajo, sí. Pero ahora levántate. Y hazlo tan fuerte que hasta el piso te aplauda.