Que la cultura vallenata nació el día que Jorge Oñate interpretó la primera canción de Alejo Durán, decían en las calles de La Vega Arriba. En la radio un Julio Díaz decía que la cultura vallenata eran parrandas, los juglares, la vida sabrosa, el machismo. Entonces, noté que la tal cultura vallenata estaba tan normalizada, que el hombre sentado a mi lado, defendió lo dicho en la radio.
Me sentí perdida, cuando la canción del juglar vallenato que sonaba como homenaje a una larga vida artística, relataba la historia de un ‘muchacha’ que resultó no ser casta, y aparentemente eso no le queda bien a una mujer que se hizo tan difícil de conquistar. Maldije la cultura vallenata y no por las razones que se desataron en redes sociales. Mientras Twitter discutía si el vallenato era o no música de ‘narcos y paracos’, en mi interior enumeraba las razones por las que pocas composiciones se salvaban de la guillotina feminista.
La cultura vallenata existe, la alimentan los juglares e intérpretes con sus historias de revolución, la crítica de la clase social a la que pertenecían, los hechos noticiosos de los que seguramente se habrá inspirado un Gabo para descubrir el Realismo Mágico. Está claro que un componente de la dignidad que cargamos los que nacimos aquí, proviene del vallenato, a pesar de la violencia, las mafias, la pobreza visible, las tierras arrebatadas e improductivas. La dignidad sobrevive, porque a eso nos aferramos cuando nos quieren quitar el único mérito de nuestra existencia: el vallenato como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Fallamos definiendo la cultura vallenata: no es narcotráfico ni paramilitarismo, tuvimos la mala suerte de que ambas problemáticas nacieran y escogieran esconderse aquí, entre indígenas históricamente silenciados y abandonados por el Estado. No es machismo, a las mujeres históricamente le llegan los derechos tarde (la educación, la participación ciudadana) por eso proponer una discusión pública usando la composición como medio, era impensable, y cuando finalmente la humanidad descubrió que éramos sujetos de derechos, se inventaron que las mujeres no cantan ni componen vallenato porque «así no es la cultura».
“La cultura no hace a la gente. La gente hace la cultura” dice Chimamanda Ngozi Adichie. El mundo cambió, la diversidad no es una foto bonita. Recién descubrimos aquí, que compartimos la tierra con mujeres e indígenas, que tienen derechos y una voz que no necesita traducción ni intérpretes.
Es hora de redefinir lo que nosotros como “gente” pensamos de la cultura vallenata. Cuando muere un juglar, pensar en su aporte para mantener esto de lo que nos sentimos orgullosos, pero con ilusión y esperanza en que quizás ese mismo día esté naciendo otro juglar, una niña indígena que lleve este patrimonio a todos los rincones del mundo, y el mundo en respuesta nos aplauda la riqueza cultural que poseemos y del progreso del que somos capaces.
Por. Katlin Navarro Luna
